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Poemas sobre el olivar

Poemas sobre el olivar


Antonio Machado (1875-1939)

Antonio Machado

Los olivos

I
�Viejos olivos sedientos
bajo el claro sol del d�a,
olivares polvorientos
del campo de Andaluc�a!
�El campo andaluz, peinado
por el sol canicular,
de loma en loma rayado
de olivar y de olivar!
Son las tierras
soleadas,
anchas lomas,
lue�es sierras
de olivares recamadas.
Mil senderos. Con sus machos,
abrumados de capachos,
van ga�anes y arrieros.
�De la venta del camino
a la puerta, soplan vino
trabucaires bandoleros!
�Olivares y olivares
de loma en loma prendidos
cual bordados alamares!
�Olivares coloridos
de una tarde anaranjada;
olivares rebru�idos
bajo la luna argentada!
�Olivares centellados
en las tardes cenicientas,
bajo los cielos pre�ados
de tormentas!...
Olivares, Dios os d�
los eneros
de aguaceros,
los agostos de agua al pie,
los vientos primaverales,
vuestras flores racimadas;
y las lluvias oto�ales
vuestras olivas moradas.
Olivar, por cien caminos,
tus olivitas ir�n
caminando a cien molinos.
Ya dar�n
trabajo en las alquer�as
a ga�anes y braceros,
�oh buenas frentes sombr�as
bajo los anchos sombreros!...
�Olivar y olivareros,
bosque y raza,
campo y plaza
de los fieles al terru�o
y al arado y al molino,
de los que muestran el pu�o
al destino,
los benditos labradores,
los bandidos caballeros,
los se�ores
devotos y matuteros!...
�Ciudades y caser�os
en la margen de los r�os,
en los pliegues de la sierra!...
�Venga Dios a los hogares
y a las almas de esta tierra
de olivares y olivares!

II (Contin�a...)

Apuntes

I
Desde mi ventana,
�campo de Baeza,
a la luna clara !
�Montes de Cazorla,
Aznait�n y M�gina!
�De luna y de piedra
tambi�n los cachorros
de Sierra Morena!
II
Sobre el olivar,
se vio la lechuza
volar y volar.
Campo, campo, campo.
Entre los olivos,
los cortijos blancos.
Y la encina negra,
a medio camino
de �beda a Baeza.
III
Por un ventanal,
entr� la lechuza
en la catedral.
San Cristobal�n
la quiso espantar,
al ver que beb�a
del vel�n de aceite
de Santa Mar�a.
La Virgen habl�:
D�jala que beba,
San Cristobal�n.
IV
Sobre el olivar,
se vio la lechuza
volar y volar.
A Santa Mar�a
un ramito verde
volando tra�a.
�Campo de Baeza,
so�ar� contigo
cuando no te vea!
V
Dondequiera vaya,
Jos� de Mairena
lleva su guitarra.
Su guitarra lleva,
cuando va a caballo,
a la bandolera.
Y lleva el caballo
con la rienda corta,
la cerviz en alto.
VI
�Pardos borriquillos
de ram�n cargados,
entre los olivos!
VII
�Tus sendas de cabras
y tus madro�eras,
C�rdoba serrana!
VIII
�La del romancero,
C�rdoba la llana!...
Guadalquivir hace vega,
el campo relincha y brama.
IX
Los olivos grises,
los caminos blancos.
El sol ha sorbido
la calor del campo;
y hasta tu recuerdo
me lo va secando
este alma de polvo
de los d�as malos.

Olivo del camino
A la memoria de D. Crist�bal Torres

I
Parejo de la encina castellana
crecida sobre el p�ramo, se�ero
en los campos de C�rdoba la llana
que dieron su caballo al Romancero,
lejos de tus hermanos
que vela el ce�o campesino -enjutos
pobladores de lomas y altozanos,
horros de sombra, gr�vidos de frutos-,
sin caricia de mano labradora
que limpie tu ramaje, y por olvido,
viejo olivo, del hacha le�adora,
�cu�n bello est�s junto a la fuente erguido,
bajo este azul cobalto,
como un �rbol silvestre espeso y alto!

II
Hoy, a tu sombra, quiero
ver estos campos de mi Andaluc�a,
como a la vera ayer del Alto Duero
la hermosa tierra de encinar ve�a.
Olivo solitario,
lejos de olivar, junto a la fuente,
olivo hospitalario
que das tu sombra a un hombre pensativo
y a un agua transparente,
al borde del camino que blanquea,
guarde tus verdes ramas, viejo olivo,
la diosa de ojos glaucos, Atenea.

III
Busque tu rama verde el suplicante
para el templo de un dios, �rbol sombr�o;
Dem�ter jadeante
pose a tu sombra, bajo el sol de est�o.
Que reflorezca el d�a
en que la diosa huy� del ancho Urano,
cruz� la espalda de la mar brav�a,
lleg� a la tierra en que madura el grano.
Y en su querida Eleusis, fatigada,
sent�se a reposar junto al camino,
ce�ido el peplo, yerta la mirada,
lleno de angustia el coraz�n divino...
Bajo tus ramas, viejo olivo, quiero
un d�a recordar del sol de Homero.

IV
Al palacio de un rey lleg� la dea,
s�lo divina en el mirar sereno,
ocultando su forma gigantea
de joven talle y redondo seno,
trocado el manto azul por burda lana,
como sierva propicia a la tarea
de humilde oficio con que el pan se gana.
De Keleos la esposa venerable,
que daba al hijo en su vejez nacido,
a Demof�n, un pecho miserable,
la reina de los bucles de ceniza,
del ni�o bien amado
a Dem�ter tom� para nodriza.
Y el ni�o floreci� como criado
en brazos de una diosa,
o en las selvas feraces
-as� el bastardo de Afrodita hermosa-
al seno de las ninfas montaraces.

V
Mas siempre el ce�o maternal esp�a,
y una noche, celando a la extranjera,
vio la reina una llama. En roja hoguera
a Demof�n, el pr�ncipe lozano,
Dem�ter impasible revolv�a,
y al cuello, al torso, al vientre, con su mano
una sierpe de fuego le ce��a.
Del regio lecho, en la aromada alcoba,
salt� la madre; al corredor sombr�o
sali� gritando, aullando, como loba
herida en las entra�as: �hijo m�o!

VI

Dem�ter la mir� con faz severa.
-Tal es, raza mortal, tu cobard�a.
Mi llama el fuego de los dioses era.
Y al ni�o, que en sus brazos sonre�a:
-Yo soy Dem�ter que los frutos grana,
�oh pr�ncipe nutrido por mi aliento,.
y en mis brazos m�s rojo que manzana
madurada en oto�o al sol y al viento!...
Vuelve al halda materna, y tu nodriza
no olvides, Demof�n, que fue una diosa;
ella troc� en maciza
tu floja carne y la ti�� de rosa,
y te dio el ancho torso, el brazo fuerte,
y m�s te quiso dar y m�s te diera:
con la llama que libra de la muerte,
la eterna juventud por compa�era.

VII
La madre de la bella Proserpina
troc� en moreno grano,
para el sabroso pan de blanca harina,
aguas de abril y soles de verano.
Trigales y trigales ha corrido
la rubia diosa de la hoz dorada,
y del campo a las eras del ejido,
con sus montes de mies agavillada,
llegaron los huesudos bueyes rojos,
la testa dolorida al yugo atada,
y con la tarde ub�rrima en los ojos.
De segados trigales y alcaceles
hizo el fuego sequizos rastrojales;
en el huerto rezuma el higo mieles,
cuelga la oronda pera en los perales,
hay en las vides rubios moscateles,
y racimos de rosa en los parrales
que festonan la blanca almacer�a
de los huertos. Ya ir� de glauca a bruna,
por llano, loma, alcor y serran�a,
de los verdes olivos la aceituna...
Tu fruto, �oh polvoriento del camino
�rbol ah�to de la estiva llama!,
no estrujar�n las piedras del molino,
aguardar� la fiesta, en la alta rama,
del alegre zorzal, o el estornino
lo llevar� en su pico, alborozado.
Que en tu ramaje luzca, �rbol sagrado,
bajo la luna llena,
el ojo encandilado
del b�ho insomne de la sabia Atena.
Y que la diosa de la hoz bru�ida
y de la adusta frente
materna sed y angustia de uranida
traiga a tu sombra, olivo de la fuente.
Y con tus ramas la divina hoguera
encienda en un hogar del campo m�o,
por donde tuerce perezoso un r�o
que toda la campi�a hace ribera
antes que un pueblo, hacia la mar, nav�o.


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