Antonio
Burgos
Olivares
de plata
Poema
en prosa incluido en "Reloj, no marques las horas"
Un
azul de Murillo, un amarillo de albero, otro azul de la mar de
Huelva, otro amarillo de las hojas del oto�o en los jardines del
Generalife, un blanco de azahar, magnolia, jazm�n, nardo o dama
de noche (t�chese lo que no proceda, pero no procede tachar
ning�n olor). Esparto de t�nica de nazareno o de cabo
enverdinado de patera del Estrecho. Verde de campo de polo de
Sotogrande, de vestido de Curro Romero, de array�n del Alc�zar
de los Reyes Cristianos, o de los Reyes Moros, o de Don Pedro el
Cruel, o de Don Pedro el Justiciero. El aceite del olivo de
Minerva y el aceite que se arroj� a la cara Do�a Mar�a Coronel,
para que un Rey no la requebrara de amores, mientras Mariana
Pineda cos�a la bandera de la libertad. La muerte de Joselito, la
muerte de Manolete, la muerte de Paquirri, la muerte de Ignacio
S�nchez Mej�as. El nacimiento de Vel�zquez, el nacimiento de
C�novas del Castillo, el nacimiento de Garc�a Lorca, el
nacimiento de Venus entre las olas, al que solemos llamar C�diz
desde hace tres mil a�os. Fenicios, y tartesios, y m�s moros, y
m�s cristianos, y descubridores, y caballeros cubiertos,
ilustrados, liberales, docea�istas, la Mano Negra, la sal tan
blanca, Casas Viejas, Blas Infante, verde y blanca, Antonio Gala,
Quintero, Le�n, Quiroga, Mu�oz Seca, Pem�n, Villal�n, Juan
Belmonte, unas torrijitas, ni�a, no, mejor unos pesti�itos, �y
por qu� no unas bocas de la Isla? Orilla de Am�rica, islas del
Guadalquivir donde se fueron los moros que no se quisieron ir,
c�mo se iban a ir. Y Sanl�car, donde una Reina descubri� la mar
y donde puedes hacer reina a la mujer que amas llev�ndola a
descubrir el oro de los atardeceres, las gaviotas, el vino, ay, el
vino, lo que se perdieron los moros no bebiendo vino, el Cor�n
hablaba del vino, pero no dec�a nada del M�laga dulce, del
moscatel, de la manzanilla, del fino, del montilla, de la mistela,
nunca estuvieron tan limpios los manchados mostradores. Y murallas
de alcazabas, Almer�as de luna con sol a mares, a espuertas de
cal de Mor�n, de cal de Arcos de la Frontera, olivares de plata,
y bueyes de las arenas del Roc�o, y los caballos de Jerez, y los
jinetes de C�rdoba por el llano de las vegas de naranjos, de
almendros, de almazaras, de alb�itares, de alf�izares, de
alhucemas, de albardones de mulas que van al r�o llevando un
cante, una copla, una canci�n, penas y alegr�as, esperanzas y
quebrantos, la emigraci�n, el paro, firmar con el dedo,
sentimientos que atraviesa un Ave, que ba�a una Costa del Sol,
que rodea un campo de golf, un hotel de cinco estrellas, Don Juan
Tenorio, y Carmen, F�garo, �pera, maestro, �pera flamenca,
Lola, y Rosario y Antonio, que no es Don Antonio, que es el de
Mairena, y que no es el Maestro de Maestros, que es el de Marchena,
y el otro Don Antonio, Machado, y el otro Machado, Manolo, y la
saeta que no es de ninguno, sino de Serrat ya, y tras el Cristo de
los Gitanos, que no es un Cristo, sino un Nazareno, como El Gran
Poder, como El Abuelo, como Nuestro Padre Jes�s el Rico, como El
Gre��o, viene la Macarena, y viene la Virgen de la Cabeza, y
viene la Virgen de las Angustias, y viene la Virgen de la Cinta, y
viene la Virgen del Rosario, porque por patrona tiene, que al
Roc�o no le llaman Almonte, sino relicario de la Virgen del
Roc�o, viva esa blanca paloma de Picasso, y Alberti le da
arbejones en la arboleda perdida, y Antonio Ord��ez la lleva de
la mano por los montes de Ronda para que no la haga cautiva un
palomo ladr�n que va con la partida del Tempranillo, de Seisdedos,
de Queipo de Llano, con los garrochistas de Bail�n y con las
bombas que tiran los fanfarrones, mientras Trajano y Adriano se
colocan en Roma de emperadores y aqu� queda una Giralda, una
Mezquita, una Alhambra, y un pueblo, sencillamente un pueblo, una
patria, una naci�n, a la que, como de alg�n modo hab�a que
llamarla, le dio a la gente por decirle Andaluc�a.
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