Felipe
Molina Verdejo (1924-1997)

Soneto
- ¡Cuando
miro tu tronco torvo y fiero,
- tu tronco casi humano, padre
olivo,
- un dios pagano rudo y primitivo
- te descubro, un viejo dios
ibero.
-
- Y preso de tu fuero y desafuero,
- cultrario de tu culto y tu
cultivo,
- muere en tus ramas-brazos, sin
motivo,
- el cuerpo aceitunado del
bracero.
-
- Y su sangre y tu savia se
confunden
- en la tierra irredenta en que se
hunden,
- como manos crispadas, tus
raíces.
-
- Y tu torcida y bronca
arquitectura
- se me aparece cepo y atadura
- de estos pueblos varados e
infelices.
Olivo-pueblo
- Olivo, padre
olivo
de la estirpe pagana de los dioses,
varón atormentado
que hundes tus raíces
como manos crispadas
en la tierra que enfeudas y arruinas.
¿Sabes que eres hermano
de los viejos labriegos silenciosos,
como tú, silenciosos?
Jornaleros con ojos de aceituna
y la tez verdinegra.
Los sufridos hermanos de los soles ardientes,
de las albas heladas
en los eneros paridores de tus frutos.
¿Sabes tú que eres pueblo,
que tu unidad se pierde en muchedumbre
de olivar infinito?
Infinito olivar que multiplica
tu imagen y la extiende
como el pueblo fecundo
repite al hombre,
lo funde, lo confunde.
Tú eres pueblo y vives de rodillas
en un Getsemaní de plata sucia,
con un destino negro
de ser un redentor apaleado.
Una vez y otra vez como a los hombres
de este inmenso olivar llamado pueblo,
te arrancan a varazos,
a dentelladas de manos como bocas
tu fruto amargo,
el fruto de tus cópulas secretas
con la luna tendida entre los montes,
cuando pasa el silencio entre tus filas,
y los braceros yacen con sus hembras
en los cortijos negros,
para darle a la tierra otra cosecha
de braceros callados.
Los valles, los alcores
se han llenado de vuestra descendencia,
olivos jornaleros de una gleba infinita,
horda gris y mesnada
de viejos los caciques
que con vosotros cercan y sitian
- ¡con vosotros, pacíficos olivos! -
la cripta ciudadana,
donde vuelan los bronces codiciosos
del dorado sudor de vuestros frutos,
ese sudor que sabe
a llanto y amargura de los siglos.
Vosotros sois testigos
de mucho amanecer esperanzado,
cuando agotan sus alas
en el último vuelo las lechuzas
siempre sedientas de vuestro espeso oro.
¡Olivos jornaleros de una gleba infinita!
Quizá un nuevo viento
sacuda vuestras ramas como brazos,
y os traiga la conciencia
de vuestro poderío de muchedumbre.
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